Poema a los Arquilengos (I)
Validos del deforme, señores del grotesco,
los Arquilengos marchan, en su gran desfile funesto.
La bruma ocre los acompaña, un soplo descompuesto,
la náusea todo lo invade, todo lo deja muerto.
De las aguas estancadas, de los hongos amarillentos,
moradores de Nahán, ellos son eternos.
Azum encabeza, el paso mortecino,
con sus dientes cariados, con su cabello blanquecino.
Príncipe de las esporas, semilla sin destino,
la podredumbre acompaña, al gran amo mezquino.
¡Todo será mío! exclama su alteza convencido,
sus hifas, por siempre, tendrán a todos bajo su abrigo.
Bajo la corona del micelio, Nudran galopa sometido,
fiel corcel de los hongos, sirve a su amo incompasivo.
Su cuerpo putrefacto, desprende un aire nocivo,
del que solo un velo blanco, tapa su gran repulsivo.
No razona, no piensa, solo camina sin objetivo,
no obstante, no relincha, solo balbucea sin sentido.
Más atrás, encapuchado, viaja el Desconocido,
lleva consigo, un cuerno y un objeto perdido en el olvido.
Viste una soga, sobre un manto, pardo, ennegrecido,
a rostro oculto, marcha, eternamente emitiendo un quejido.
Su esposa, Sanedra, porta a su vástago consigo,
patrona del suplicio, detesta profundamente a su hijo adoptivo.
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