El local
El aire rehuía de mis pulmones según torcía la manilla. La puerta, ligeramente pesada, aunque no lo suficiente como para constituir un esfuerzo real, chillaba dolida de la falta de mantenimiento. Tomé, a duras penas, una bocanada del frío aire callejero, preparándome para el denso y polvoriento microclima del lugar. Efectivamente, al adentrarme en el interior del local, una densa bruma arenosa, convertía el aire en una sustancia densa, difícil de transitar. Sin embargo, a pesar de la molestia incial, una danza de brillos corpusculares, polvo en suspensión, tornaba el ambiente de un carácter etéreo. Diminutos puntos de luz transitaban la argamasa, como si de estrellas en el firmamento se tratasen, inhundando con su presencia sideral el mundano entorno.
Dominado por una predominancia de marrones fríos, el refulgir dorado de los rayos del Sol aportaba los únicos tonos cálidos y, quizá, agradables, de aquel espacio astroso. No obstante, a pesar de mis patéticos intentos por encontrar belleza en el lugar, solo observaba una estancia, antaño especial para mi, violada y profanada. El deplorable estado del local, ponía por testigo la inclemencia del tiempo sobre todo, por más que uno lo ame. Mucho hacía ya, o quizá no tanto, pues, de mis noches con María en este lugar. La madera, carcomida, putrefacta, como si el lugar se fuese descomponiendo poco a poco, parecía desvanecerse al mismo ritmo que su memoria de él en mí. Bastaba con un paso en falso, ligeramente menor en cuanto a cuidado que su predecesor, para convertir una acción cuidadosa, en una cacofonía de crujidos atroces.
A pesar del dolor que suponía observar tal estadío de decadencia en el entorno, la curiosidad y el morbo por, precisamente, dicha condición, eran anestesia suficiente para los primeros minutos. No hacía tanto, realmente, de aquellos tiempos juveniles, donde esta estancia rebosaba boyante viveza y ánimo, o eso quería creer yo. ¿Dónde habían quedado aquellos momentos? Parecía encontrarme en una tumba, una cripta polvorienta de memorias difuntas que yace andrajosa, enterrada en el recuerdo. En ocasiones, era capaz de soñar despierto y, como el calcar en la ventana, superponer mis ya pasadas experiencias, al desolador entorno. La observaba, en mi compañía, apostados en la barra y compartiendo carcajadas a la par que bebida. Pareciera congelarse el tiempo a nuestro alrededor, con una atención que, reducía, todo lo demás, a lo meramente superfluo. Tan solo importaban nuestras figuras, unidas por algo más allá de nuestra comprensión.
Poco más podía hacer por tratar de reavivar exánime paraje. Las consecuciones de escenas, similar al carrete de película, transitaban vidriosamente el desolado bar, procurando disuadirme de la punzante realidad. Mas tal esfuerzo resultaba en vano. Este tiempo, pasado, solo perduraba en mi memoria, cada vez más debilitada por mi memoria en descomposición. Ante todo, y, con la mente cada vez mas nublada, solo puedo evocar una misma memoria, una y otra vez. La culpa, es mía.
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